miércoles, 27 de febrero de 2008

La Cuatropelos

- Ya viene, ya viene… callarse que ya viene…
Gonzalo el gafas vigilaba cada mañana, agazapado en la escalera, la llegada de la señorita Carmina mientras el resto de la clase se convertía en un auténtico campo de batalla.

Mientras el Güito lanzaba trozos de tiza que pasaban en vuelo rasante sobre la cabeza de Rosita la gorda, el Montes se parapetaba detrás de la mesa de la profesora, disparándole el borrador tiznado que nevaba levemente el espacio hasta convertirlo en alud tras el impacto con el enemigo.

Al otro lado de la clase, Orlando se entretenía recortando las páginas de una de las revistas guarras que le había mangado a su hermano mayor entre un corrillo de curiosos. De cuando en cuando, levantaba la cabeza dirigiendo una mirada cautelosa hacia Dolores y Sarita, que desde la primera fila tomaban nota de todo lo que acontecía en la descarada refriega en la que se convertía cada mañana mi clase de sexto.

- Os lo juro por mis muertos… callarse que ya sube la Cuatropelos…
Ahí se acababa todo. Era escuchar su apodo y cagarnos por las patas abajo. Nos transformábamos en un solo instante ocupando nuestros pupitres de forma ordenada, sumiéndonos en un profundo silencio que solo rompía el portazo con el que la señorita Carmina cerraba al adentrarse en la clase.

Carmina era como realmente se llamaba, pero todos la conocíamos como la Cuatropelos.

Cada día aparecía en clase con un colorido pañuelo que cubría su cabeza al estilo de los piratas. Tenía pañuelos de todos los colores: si su vestido era rojo, Carmina aparecía con un precioso pañuelo color sangre; si era amarillo, su cabeza lucía una pashmina color huevo que la hacía visible desde la esquina de la calle Castelar.

El pañuelo era una de sus prendas favoritas. Pocas eran las veces que Carmina se atrevía a dejarlo en casa para lucir las exiguas y oxigenadas greñas rubias que transparentaban su cuero cabelludo. Esos días era la comidilla del colegio, – ¡la cuatro pelos se ha desmelenao!, -¡esta noche chinga, fijo! -Y todo el mundo se carcajeaba, ridiculizándola, hasta que Carmina aparecía por el pasillo de la escalera para comenzar la clase.

Recuerdo uno de esos días en los que la Cuatropelos, melena al viento, explicaba la lección paseando entre las filas de alumnos. A sus espaldas, Javito el enano se burlaba de ella buscando la complicidad del resto de la clase, con tal mala suerte que no se percató de que la profesora estaba siendo testigo de la acción al ver el reflejo en una de las ventanas que permanecía abierta. En un solo instante se revolvió y le arreó un guantazo que desató las risas de toda la clase. Javito lo había conseguido, había arrancado la carcajada del respetable, aunque estoy seguro de que mientras se dirigía al despacho del director debió pensar que esa no era la forma en la que le hubiese gustado hacerlo. Y es que las visitas al director y los guantazos eran una práctica más o menos habitual en mi clase de lengua y literatura de sexto.

Se preguntará el avispado lector qué tiene que ver la Cuatropelos y las vivencias escolares de quien suscribe con la caterva de personajes y personajillos que últimamente protagoniza este blog.

Pues bien, la señorita Carmina, con la aplicación de sus métodos estrictos y la disciplina que logró inculcarnos en sus clases de lengua y literatura, fue la primera en lograr que escribiésemos correctamente. Y a pesar de los guantazos y tirones de patillas que todos nos llevamos en alguna ocasión, tengo que reconocer que siempre la he recordado con gran cariño y respeto.

Con tanto cariño y respeto que hoy, muchos años después, me he acordado de ella tras recibir un comunicado oficial de una importantísima institución empresarial, en la que no se contaban menos de cuarenta fallos gramaticales y ortográficos propios de un alumno de sexto de EGB.

Me encantaría que la Cuatropelos arrease un buen guantazo o un tirón de patillas al elemento (o elementos) que han escrito dicho comunicado saltándose las más básicas y elementales normas gramaticales y ortográficas del castellano. Ya me la estoy imaginando con su pañuelo pirata soltando la diestra e impactando en los morros de los susodichos con un certero tortazo de los que te señalaban la marca de la alianza.

Aunque en el caso de estos personajes me cuesta creer que Carmina se molestara en acompañarles a visitar al director de este particular colegio, como hacía cada vez que soltaba el látigo sobre cada uno de nosotros. – El director no da para más, mejor lo arreglo yo a mi modo,- pensaría. Y seguiría explicando, melena al viento, la diferencia entre diptongos, triptongos e hiatos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Este relato me ha traído recuerdos de hace muchos años (principio de los sesenta), donde un maestro de escuela, con clases abarrotadas (entre 50 y 60 niños) y unos medios ridículos, conseguía en medio de un silencio sepulcral enseñar las reglas del sistema métrico decimal, leer parándose al encontrar un punto, o acentuar debidamente las palabras.
El castigo habitual de la época para los que se portabal mal, era escribir de su puño y letra cien veces alguna frase alusiva a su culpa.
Como ya ese trabajo lo hacen las impresoras, yo a los autores del comunicado los castigaría de rodillas y de cara a la pared.

Anónimo dijo...

y les pondría el gorrito con las orejas de burro.

Labrujatere dijo...

Quillo, vuelve a coger la pluma que nos tienes impacientes, ya me había acostumbrado.
Besos de labrujatere