miércoles, 27 de febrero de 2008

La Cuatropelos

- Ya viene, ya viene… callarse que ya viene…
Gonzalo el gafas vigilaba cada mañana, agazapado en la escalera, la llegada de la señorita Carmina mientras el resto de la clase se convertía en un auténtico campo de batalla.

Mientras el Güito lanzaba trozos de tiza que pasaban en vuelo rasante sobre la cabeza de Rosita la gorda, el Montes se parapetaba detrás de la mesa de la profesora, disparándole el borrador tiznado que nevaba levemente el espacio hasta convertirlo en alud tras el impacto con el enemigo.

Al otro lado de la clase, Orlando se entretenía recortando las páginas de una de las revistas guarras que le había mangado a su hermano mayor entre un corrillo de curiosos. De cuando en cuando, levantaba la cabeza dirigiendo una mirada cautelosa hacia Dolores y Sarita, que desde la primera fila tomaban nota de todo lo que acontecía en la descarada refriega en la que se convertía cada mañana mi clase de sexto.

- Os lo juro por mis muertos… callarse que ya sube la Cuatropelos…
Ahí se acababa todo. Era escuchar su apodo y cagarnos por las patas abajo. Nos transformábamos en un solo instante ocupando nuestros pupitres de forma ordenada, sumiéndonos en un profundo silencio que solo rompía el portazo con el que la señorita Carmina cerraba al adentrarse en la clase.

Carmina era como realmente se llamaba, pero todos la conocíamos como la Cuatropelos.

Cada día aparecía en clase con un colorido pañuelo que cubría su cabeza al estilo de los piratas. Tenía pañuelos de todos los colores: si su vestido era rojo, Carmina aparecía con un precioso pañuelo color sangre; si era amarillo, su cabeza lucía una pashmina color huevo que la hacía visible desde la esquina de la calle Castelar.

El pañuelo era una de sus prendas favoritas. Pocas eran las veces que Carmina se atrevía a dejarlo en casa para lucir las exiguas y oxigenadas greñas rubias que transparentaban su cuero cabelludo. Esos días era la comidilla del colegio, – ¡la cuatro pelos se ha desmelenao!, -¡esta noche chinga, fijo! -Y todo el mundo se carcajeaba, ridiculizándola, hasta que Carmina aparecía por el pasillo de la escalera para comenzar la clase.

Recuerdo uno de esos días en los que la Cuatropelos, melena al viento, explicaba la lección paseando entre las filas de alumnos. A sus espaldas, Javito el enano se burlaba de ella buscando la complicidad del resto de la clase, con tal mala suerte que no se percató de que la profesora estaba siendo testigo de la acción al ver el reflejo en una de las ventanas que permanecía abierta. En un solo instante se revolvió y le arreó un guantazo que desató las risas de toda la clase. Javito lo había conseguido, había arrancado la carcajada del respetable, aunque estoy seguro de que mientras se dirigía al despacho del director debió pensar que esa no era la forma en la que le hubiese gustado hacerlo. Y es que las visitas al director y los guantazos eran una práctica más o menos habitual en mi clase de lengua y literatura de sexto.

Se preguntará el avispado lector qué tiene que ver la Cuatropelos y las vivencias escolares de quien suscribe con la caterva de personajes y personajillos que últimamente protagoniza este blog.

Pues bien, la señorita Carmina, con la aplicación de sus métodos estrictos y la disciplina que logró inculcarnos en sus clases de lengua y literatura, fue la primera en lograr que escribiésemos correctamente. Y a pesar de los guantazos y tirones de patillas que todos nos llevamos en alguna ocasión, tengo que reconocer que siempre la he recordado con gran cariño y respeto.

Con tanto cariño y respeto que hoy, muchos años después, me he acordado de ella tras recibir un comunicado oficial de una importantísima institución empresarial, en la que no se contaban menos de cuarenta fallos gramaticales y ortográficos propios de un alumno de sexto de EGB.

Me encantaría que la Cuatropelos arrease un buen guantazo o un tirón de patillas al elemento (o elementos) que han escrito dicho comunicado saltándose las más básicas y elementales normas gramaticales y ortográficas del castellano. Ya me la estoy imaginando con su pañuelo pirata soltando la diestra e impactando en los morros de los susodichos con un certero tortazo de los que te señalaban la marca de la alianza.

Aunque en el caso de estos personajes me cuesta creer que Carmina se molestara en acompañarles a visitar al director de este particular colegio, como hacía cada vez que soltaba el látigo sobre cada uno de nosotros. – El director no da para más, mejor lo arreglo yo a mi modo,- pensaría. Y seguiría explicando, melena al viento, la diferencia entre diptongos, triptongos e hiatos.

lunes, 18 de febrero de 2008

Matusalem era un pringao

He llegado a la estúpida conclusión de que la gran mayoría de mis amigos morirá a edades muy avanzadas. Acabo de leerme un artículo de la revista Quo (esa que regalan los fines de semana con el Diario de Sevilla y que un servidor suele repasar mientras hace de vientre) en el que explican “Diez formas tontas de alargar la vida, todas ellas contrastadas”.

Al lado de mis colegas, Matusalem era un pringao, y te explico por qué he llegado a esta conclusión.

Según explica el citado artículo, LEER ASIDUAMENTE, VER COMEDIAS o TENER CERCANÍA CON NUESTROS PADRES son tres de las acciones más recomendables para tener una vida más longeva. Muchos de mis amigos suelen tener estas prácticas entre sus costumbres, pero éstas no han sido las que más me han empujado a escribir este post.

A ver si nos enteramos de que lo que hay que hacer para vivir más es MIRAR TETAS. Los científicos alemanes dicen que mirar los pechos de una mujer durante diez minutos al día reduce un 50% el riesgo de sufrir un infarto. Al parecer llevar a cabo esta saludable costumbre tiene el mismo efecto que apuntarte al gimnasio, pues mantiene la presión arterial a raya y el riesgo de problemas cardiacos bajo control.

Aquí, la verdad, me resulta complicado destacar algún amigo porque de mirar tetas entienden tela muchos de ellos, otra cosa es que con este artículo les ofrezca la excusa perfecta para cuando se asomen al canalillo de la vecina o la compañera de trabajo y éstas los pillen con la mirada perdida… en sus tetas.

Tampoco me resulta fácil destacar a algún amigo que vaya a durar más por cumplir otro de los preceptos del artículo sobre la longevidad, el de SER CURA. Y es que aunque tengo algunos compañeros y amigos “curitas”, muy cercanos a la religión, dudo que la ausencia de estrés o la dedicación a una profesión vocacional, como causas principales de una mayor esperanza de vida, se les pueda aplicar.

PRACTICAR SEXO es otra de las fórmulas mágicas para durar más años. Me viene a la mente un amigo que va a durar muchísimo porque tiene ya tres o cuatro churumbeles y está a la espera de otro. Supongo que habrá practicado bastante durante todos estos años, aunque como también es muy religioso, igual sólo lo ha hecho cuando se ha puesto a traer niños al mundo. En cualquier caso, éste dura fijo, ya sea por curita o por follador nato.

Dice el artículo que IR A UN HOSPITAL PÚBLICO también ayuda, así como ¡GANAR UN NOBEL! pues todos los ganadores de este premio entre 1900 y 1950 vivieron una media de 83 años. Imagino yo que este galardón se podrá convalidar con otros premios de carácter local porque si no mis colegas no van a poderse justificar en ello para durar unos añitos más.

La penúltima práctica, o no práctica, es la de DEJARSE LLEVAR POR LA PEREZA. Aquí mis amigos se lo llevan de calle. Tengo muchísimos que se tocan un día el derecho y al siguiente, el izquierdo. En el artículo se hace alusión a un tal Peter Axt que en su libro “El placer de la pereza” escribe que nacemos con una cantidad limitada de energía vital y si la agotamos con el ejercicio o trabajando “tenemos todas las papeletas para una muerte prematura”. Ya te digo que se lo llevan de calle, aunque sospecho que más de uno tiene la obra de este Peter Axt como libro de cabecera.

Por último, la práctica estrella, “tomen ustedes buena nota”, si quieren vivir más COMANSE LOS MOCOS. Al parecer, los que lo hacen literalmente logran reforzar su sistema inmunitario, pues “exponen el conducto digestivo a las bacterias acumuladas en la mucosidad”. Cuando nos comemos los mocos, éstos actúan como una especie de vacuna gratuita para el organismo. Que digo yo que ya hay que ser guarro para después de hurgarse la nariz y sacar el viscoso botín, metérselo en la boca como si tal cosa. Vamos, como si estuviésemos paladeando unos caracoles calentitos en cualquier bar de Triana un viernes por la noche.

Te digo que al lado de mis amigos, Matusalem era un pringao.

Por eso espero, querido lector, que lleves a cabo las prácticas descritas a lo largo del artículo de Quo que te parezcan más interesantes. Serán conclusiones estúpidas, pero si con ello te culturizas, fomentas las relaciones familiares, te acercas más a Dios, descansas, ganas algún premio o echas algún polvete de más… pues eso que te llevas ¿no?

Como podrás imaginarte yo también practico alguna de estas propuestas, ¿a que no adivinas cuáles?

El misterioso caso del manuscrito apócrifo (Firma Invitada)


Apócrifo: supuesto o fingido. Dicho de un libro atribuido a autor (sagrado), que no está sin embargo, incluido en el canon.


En un país llamado Tediolandia hace muchos años vivían hombres y mujeres llegados al valle, procedentes unos de las montañas y otros de la costa, con el sueño de trabajar y vivir mejor. Realmente eran muy distintos unos de otros, lo que hacía complicada su convivencia. Además, el rey que gobernaba estaba siempre muy ocupado en las negociaciones con otros reinos, por lo que su pueblo añoraba la cercanía del monarca. Muy pronto se demostró que en Tediolandia no funcionaba el comercio, la agricultura, los diferentes oficios, y como consecuencia, los impuestos. Por ello, el rey, ya muy preocupado, depuso a su primer ministro, al entender que era el culpable de aquella situación.

Enseguida nombró a otro dignatario que fue presentado al vulgo como un hombre sensato, consciente de lo que ocurría a su alrededor y comprometido por hacer de Tediolandia un gran país. Como quería que su mensaje llegara a todos los pobladores, llamó al escribano real y le dictó sus proyectos más inmediatos, para que rápidamente los diera a conocer. El escribano, copió escrupulosamente lo que el primer ministro le iba dictando, con el encargo de hacer cuantas copias fueran necesarias.

Pero misteriosamente, antes de su presentación pública, el pergamino fue sustraído de la mesa del escribano por algunos hombres poco buenos que residían en la corte, y que seguramente temían verse comprometidos con las ideas del manuscrito. Y así, tras leerlo, decidieron retocarlo, eliminando las frases más valientes, suavizando sus mensajes, y rellenando sus líneas con frases vacías, por lo que al final, el bando no añadía nada nuevo. Los habitantes de Tediolandia, al leer el pergamino perdieron su última esperanza por ilusionarse en un futuro mejor.

No sabemos a estas alturas si el primer ministro pondría en práctica todo lo prometido, pero lo que sí es cierto, es que el pueblo no leyó sus ideas originales y sinceras, ya que el pergamino había sido suplantado, perdiendo frescura y espontaneidad y convirtiéndose en apócrifo. Las palabras de esperanza, de calor y de unidad, habían desaparecido del texto del nuevo manuscrito, ante la perplejidad del escribano, que descubrió la falsificación pero no se atrevió a denunciarlo temiendo ser desterrado.

Los habitantes de Tediolandia se acostumbraron a leer palabras de rutina, vulgares, repetidas en otras ocasiones, porque los mensajes que enviaba el primer ministro eran inmediatamente interceptados por los advenedizos de palacio. Y el pueblo perdió la confianza en sus mandatarios, y sobre todo perdió la ilusión. La censura y la mediocridad decidieron acabar con lo políticamente incorrecto, impidiendo que la verdad circulara libre y espontánea para todos, hombres y mujeres que solo deseaban que alguien comprendiera sus preocupaciones. Malos tiempos para la libertad.

domingo, 17 de febrero de 2008

Comunicando en colores

Un gran amigo mío suele decir que una reunión que dure más de cuarenta minutos y en la que participen más de cuatro o cinco personas es una reunión improductiva.

Según su argumento, creo entender que el grado de improductividad estará en proporción directa con el número de asistentes o las horas que dure dicho encuentro. Entiendo, además, que si esa reunión se celebra durante horas o días no laborables, la productividad del encuentro bajará hasta límites insospechados.

Desde este planteamiento, mi amigo cree hartamente complicado que una reunión que se celebre en sábado y en la que se congreguen más de mil doscientas personas que podrían estar dedicando la jornada a disfrutar de una paella en el campo, caminar por la playa o montar en bicicleta con sus hijos, pueda ser efectiva.

Aunque comparto en gran medida este argumento, entiendo que si en ese tipo de reuniones los organizadores concentran sus esfuerzos en conquistar a esas mil doscientas personas transmitiendo mensajes motivadores, llenos de emoción, y utilizando grandes dosis de sentimiento y humor, los efectos negativos a los que alude este amigo pueden llegar a desvanecerse.

Además, si las personas que te hacen llegar los mensajes forman parte de ese entorno laboral y lo viven cada día (aunque no sean grandes gurús de la comunicación ni presenten debates políticos a nivel nacional), la efectividad será mucho mayor.

Sería lo que se ha venido a denominar “Comunicar en colores”.

Queridos amigos, aunque las escasas pinceladas que os han dejado trazar han ayudado a mejorarla, siento que ayer asistí a una de esas reuniones improductivas. ¿No sentís vosotros lo mismo?

jueves, 14 de febrero de 2008

Los 4 Fantásticos

Yo siempre he sido más de Mortadelo y Filemón, Rompetechos o el 13 Rue del Percebe. Me parecían más auténticos, mucho más divertidos, me partía la caja leyendo sus historietas.

Sin embargo, he de confesarte que durante algunos años de mi niñez me enganché a los comics de Marvel que venían allende los mares y que nos traían historietas de superhéroes como Batman, Spideman o el todopoderoso hombre de acero, Superman.

Si tuviese que acercar a alguno de estos ejemplares personajes al caricaturesco mundo del comic español creo que me quedaría con Los Cuatro Fantásticos.

Este singular grupo de superhéroes estaba compuesto por la Cosa, la Chica Invisible, la Antorcha Humana y su líder Mr. Fantástico.

Todos ellos adquirieron sus superpoderes de la misma forma. Mientras viajaban en una nave espacial sufrieron un accidente y resultaron afectados por una radiación. Ben quedó convertido en una cosa grotesca, aunque enormemente poderosa; Reed, que obtuvo poderes elásticos, tomó el nombre de Mr. Fantástico; Sue, capaz de ocultarse a la vista humana se apodó a sí misma Chica Invisible y Johny, cuyo cuerpo estalló en llamas que podía controlar, se llamó Antorcha Humana.

Si Ibáñez hubiese creado a estos cuatro hippies para salvar al mundo del mal que lo corrompe, creo que hubiera tratado sus poderes de manera muy distinta.

Mr. Fantástico también sería el jefe del equipo (por ejemplo en una oficina de cualquier empresa), aunque su elasticidad no le valdría para alcanzar a villanos que vuelan o colarse por debajo de las puertas. El Mr. Fantástico de Ibáñez sería elástico porque nunca sabrías lo que te quiere decir. Un día te diría blanco, al día siguiente negro, sería especialmente ágil para quitarse del medio y endiñar los marrones que pudieran presentársele, y sería muy, muy difícil pillarle en su guarida.

El Johny, el hombre antorcha, estaría todo el día quemado, aunque no para acojonar a los malos. Estaría quemado porque hay mucho currelo, porque no se pensaba que en esa empresa se trabajaba tanto cuando lo contrataron. Además, inventaría mil y una fórmulas para aligerar el amplio número de funciones asignadas por Mr. Fantástico.

El tercero de la lista, la Cosa, sería el típico introvertido, pero tendría una mala hostia española reconcentrada que sacaría de vez en cuando para atacar a sus enemigos. Estaría todo el día a Dios rogando y con el mazo dando, vigilando a sus compis y contándole sus películas al Mr. Fantástico, lengüetazo tras lengüetazo, (que hay que ser agradecido, homme!!!)

Finalmente la Chica Invisible, que aprovecharía sus poderes para aparecer por la oficina de cuando en cuando, dejando su capa mágica sobre su trono para que todos pensaran que está por allí; sin percatarse de que, pese a su invisibilidad, su inconfundible perfume de superheroína le haría presa fácil para los villanos.

Menos mal que estos Cuatro Fantásticos sólo serían fruto de la imaginación de un genio como Ibáñez, que nos presentaría sus historietas para que siguiésemos partiéndonos la caja. Aviados estaríamos si fuesen de carne y hueso y el destino de algo estuviera en sus manos.

Yo me sigo quedando con Mortadelo y Filemón, me siguen pareciendo más auténticos. ¿Y tú?

miércoles, 13 de febrero de 2008

De Jefes y Jefecillos

A lo largo de mi vida profesional he tenido jefes y jefecillos. He trabajado con personas que me han enseñado mucho y me han marcado a fuego algunas prácticas que hoy entiendo ineludibles para liderar un equipo de colaboradores de manera efectiva. También he trabajado con otras personas que, por el mero hecho de llevar en el bolsillo una tarjeta con la leyenda “jefe”, han demostrado una conducta reprobable en el trato con sus subordinados.

Tengo que decir que, hasta la fecha, ninguno de ellos me ha faltado al respeto (quizá tenga algo que ver el hecho de que yo también pueda ser catalogado como jefe o jefecillo por aquéllos que en algún momento han dependido laboralmente de mí), sin embargo he sido testigo de algunas broncas en público, groserías, conductas autócratas y situaciones desagradables protagonizadas por algunos de estos personajes.

Hace poco tiempo, la consultora Otto Walter (seguro que muchos de vosotros la conocéis) realizó una investigación poniendo de manifiesto que casi el cincuenta por ciento de los mandos falta al respeto a sus colaboradores y que el treinta por ciento es prepotente e incompetente. En el estudio se señalaba que la prepotencia lleva consigo la vanidad, los aires de grandeza; mientras que la incompetencia se asocia de forma ineludible con la falta de preparación para afrontar determinados cargos y responsabilidades.

Conozco a muchos prepotentes y no a menos incompetentes.

Como te decía, he tenido jefes y jefecillos. Los que han sido jefes, dos o tres a lo sumo, han sido personas con la inteligencia suficiente y el carisma necesario para motivar a sus equipos y dirigirlos correctamente. No han sido personas que me hayan dicho las cosas que tenía que hacer en cada momento, que me hayan marcado férreamente, que hayan controlado el tiempo que paso desayunando sin tener en cuenta las horas que regalo a la empresa (¿me sigues?)

Han sido personas que me han dado la autonomía necesaria para desarrollar mi trabajo y a los que he rendido cuentas asumiendo mis responsabilidades en todo momento. Han sido humanos, entendiendo que su puesto de poder es circunstancial, y que nadie es más que nadie. En las relaciones laborales el humanismo me resulta muy necesario, vital, por cuanto se basa en algo tan simple como pensar en la persona que tienes al lado.

Quienes ocupan algún cargo de responsabilidad harían bien en preguntarse si fomentan las relaciones humanas entre los miembros de su equipo; si son capaces de motivarlos y dirigirlos sin ejercer el “ordeno y mando”. Pienso que harían bien en preguntarse si sus conductas son las más correctas y sobre todo harían bien en ponerse de vez en cuando en la piel de quienes, circunstancialmente (repito), ocupan un puesto entre sus subordinados.

Aunque los llamados jefes lo hacen a menudo, aquellos que denominamos jefecillos no lo harían nunca, pues esa autocrítica eliminaría el velo que esconde esas actitudes prepotentes y esa incompetencia que llevan a gala sin saberlo. Y eso, amigo, es algo que no pueden permitir que suceda.

jueves, 7 de febrero de 2008

Va de olores


Mi amigo JR es un artista. No es que sea un monstruo haciendo lo que hace, que también, sino que es un artista en el amplio sentido de la palabra. Pinta, esculpe, crea… es un apasionado del arte contemporáneo y tiene la suerte de poder ganarse la vida con ello.

Estaba el otro día comiendo con mi amigo JR en un conocido restaurante con nombre de pescado, cuando empezó a divagar en una de esas charlas sobre arte que tanto me cuestan digerir. Me decía que en nuestra cultura occidental siempre se ha considerado el olfato como un sentido de segunda categoría desde la perspectiva estética, “aunque eso, afortunadamente, ya esta cambiando”, explicaba convencido.

Comentaba que tradicionalmente los sentidos que se habían considerado nobles eran el oído y la vista “y por eso son los sentidos de las llamadas bellas artes, aunque el arte contemporáneo está empezando a cambiar el paso”, trataba de convencerme.

La verdad es que esa charla me hizo pensar que no estaría mal exponer en un museo algunos de los olores que han marcado mi vida.

Y me acordé del olor a puchero que recorría el pasillo de mi casa cuando llegaba cansado del colegio; del olor a dama de noche en el jardín de mi casa y del montoncito de jazmines blancos como perlas que mi abuela recogía cada noche de verano y ponía sobre su mesilla antes de acostarse.

Pensé que no estaría mal colocar en mi museo de los olores el inolvidable perfume que utilizaba con quince años la que hoy es mi mujer, o la inconfundible fragancia corporal de cada una de mis hijas.

No estaría nada mal colocar una vitrina con el aroma a la paella recién hecha del abuelo José, el olor de la boronía de mi suegra o del bienmesabe del Bar San Roque.

Entre los perfumes de mi museo, pensé, no podría faltar el característico aroma del mar en los días de invierno, cuando el oleaje rompe violento y no hay nadie en la playa; ni tampoco la esencia a resina de los pinares de la Almadraba. Tampoco faltaría el olor a pescado fresco de la lonja, mezclado con el de las algas secas que se quedan en las redes que se amontonan en el muelle. Olores, algunos de ellos, fuertes, especialmente intensos, pero inolvidables.

Seguía yo dándole vueltas a mi selección de aromas cuando mi museo cerró las puertas de forma inesperada. Ni puchero, ni dama de noche, ni jazmines, ni mis niñas, ni paella, ni cazón en San Roque, ni mar, ni resina, ni pinares, ni leches…

Y es que se acercó a saludarnos a nuestra mesa una querida amiga que creo que no se ducha desde el día que vio Psicosis, por lo que mi mezcolanza mental de aromas se fue al mismito carajo en un solo instante, gracias a los efluvios corporales de la susodicha.

Yo sé que cada persona tiene un olor diferente, al igual que cada persona tiene también una huella dactilar diferente. ¡Pero es que el suyo es tan, tan diferente!

Me gustaría que mi amigo JR le diera una de sus charlas, y le explicara lo importante de los olores, de cómo nuestro órgano nasal se encuentra en contacto directo con nuestra memoria y emociones. De cómo cuando te llevas todo el día oliendo algo que echa “patrás”, te pones de mal humor o de cómo te cambia el carácter al oler un ramo de rosas o aspirar aire puro.

Supongo que la “cercanía” al foco será la razón por la que mi amiga tiene siempre tan malas pulgas.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Mi amiga Ana (de las tejas verdes)


Una de las series que más me engancharon de niño fue Ana de las Tejas Verdes. Hoy, desde la perspectiva del tiempo, reconozco que se trataba de una historia excesivamente romanticona y un poco moña para quedar a verla con el grupo de animales que tenía como amigos a los 12 años. Sin embargo, recuerdo perfectamente cómo cada tarde hacía mutis por el foro para escaparme a casa y devorar uno por uno los capítulos que narraban la historia de Anne Shirley.

La serie estaba basada en la obra con el mismo nombre de una canadiense llamada Lucy M. Montgomery, y fue publicada por vez primera en el año 1908.

Para escribir esta historia, Montgomery se inspiró en un artículo periodístico en el que se detallaba cómo una pareja había recibido a una niña en adopción, a pesar de haber solicitado un machote para que les ayudara en las tareas de la granja.

En la ficción, la pareja estaba formada por dos hermanos, Matthew y Marilla, y la huérfana era Anne, que a los 13 años se presentaba por sorpresa en el pueblo ficticio de Avonlea, donde se desarrolla la trama a principios del siglo XX. Al llegar a la estación con su equipaje cargado de ilusiones, Anne, una preciosa niña pelirroja enamorada de los libros y la escritura, con gran genio y lengua ágil, no puede imaginarse que Matthew y Marilla, en lugar de su llegada, esperan la de un robusto chico para trabajar en la granja que da titulo a la novela, “Tejas verdes”.

En muy poco tiempo, el trabajo, la dedicación, el empeño y los encantos de Anne, endulzarían la vida de los dos hermanos que terminarían por profesarle un cariño infinito.


Mi amiga Ana, la que da título a esta entrada, no es Anne Shirley, pero tiene tantas cosas en común con ella que me llama muchísimo la atención. Aunque podría escribir sobre su enorme parecido físico, lo que me viene preocupando en las últimas fechas es la posibilidad de que Ana tenga que marcharse el próximo mes de agosto de su particular granja en el pueblo de Avonlea.

En este caso no será porque en Tejas Verdes estuvieran esperando un chico y se haya presentado una joven dispuesta y trabajadora. El problema es que en esta particular granja existe una doble moral que impide que las personas capaces, con preparación y cualificadas para aportar mucho puedan quedarse; mientras que aquéllas que van mostrando sus vergüenzas a cada paso que dan, ocupen puestos de relevancia por el mero hecho de venir apadrinadas.

Querida Ana. Muchos de los habitantes de Avonlea estamos peleando para que, al igual que Anne Shirley, puedas seguir en Tejas Verdes el próximo mes de agosto. Estoy convencido de que, de una u otra forma, lo conseguiremos. Ten paciencia. Todo llega para aquel que se lo merece.