miércoles, 13 de febrero de 2008

De Jefes y Jefecillos

A lo largo de mi vida profesional he tenido jefes y jefecillos. He trabajado con personas que me han enseñado mucho y me han marcado a fuego algunas prácticas que hoy entiendo ineludibles para liderar un equipo de colaboradores de manera efectiva. También he trabajado con otras personas que, por el mero hecho de llevar en el bolsillo una tarjeta con la leyenda “jefe”, han demostrado una conducta reprobable en el trato con sus subordinados.

Tengo que decir que, hasta la fecha, ninguno de ellos me ha faltado al respeto (quizá tenga algo que ver el hecho de que yo también pueda ser catalogado como jefe o jefecillo por aquéllos que en algún momento han dependido laboralmente de mí), sin embargo he sido testigo de algunas broncas en público, groserías, conductas autócratas y situaciones desagradables protagonizadas por algunos de estos personajes.

Hace poco tiempo, la consultora Otto Walter (seguro que muchos de vosotros la conocéis) realizó una investigación poniendo de manifiesto que casi el cincuenta por ciento de los mandos falta al respeto a sus colaboradores y que el treinta por ciento es prepotente e incompetente. En el estudio se señalaba que la prepotencia lleva consigo la vanidad, los aires de grandeza; mientras que la incompetencia se asocia de forma ineludible con la falta de preparación para afrontar determinados cargos y responsabilidades.

Conozco a muchos prepotentes y no a menos incompetentes.

Como te decía, he tenido jefes y jefecillos. Los que han sido jefes, dos o tres a lo sumo, han sido personas con la inteligencia suficiente y el carisma necesario para motivar a sus equipos y dirigirlos correctamente. No han sido personas que me hayan dicho las cosas que tenía que hacer en cada momento, que me hayan marcado férreamente, que hayan controlado el tiempo que paso desayunando sin tener en cuenta las horas que regalo a la empresa (¿me sigues?)

Han sido personas que me han dado la autonomía necesaria para desarrollar mi trabajo y a los que he rendido cuentas asumiendo mis responsabilidades en todo momento. Han sido humanos, entendiendo que su puesto de poder es circunstancial, y que nadie es más que nadie. En las relaciones laborales el humanismo me resulta muy necesario, vital, por cuanto se basa en algo tan simple como pensar en la persona que tienes al lado.

Quienes ocupan algún cargo de responsabilidad harían bien en preguntarse si fomentan las relaciones humanas entre los miembros de su equipo; si son capaces de motivarlos y dirigirlos sin ejercer el “ordeno y mando”. Pienso que harían bien en preguntarse si sus conductas son las más correctas y sobre todo harían bien en ponerse de vez en cuando en la piel de quienes, circunstancialmente (repito), ocupan un puesto entre sus subordinados.

Aunque los llamados jefes lo hacen a menudo, aquellos que denominamos jefecillos no lo harían nunca, pues esa autocrítica eliminaría el velo que esconde esas actitudes prepotentes y esa incompetencia que llevan a gala sin saberlo. Y eso, amigo, es algo que no pueden permitir que suceda.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues anda que no hay jefecillos por ahí sueltos... y los peores son los que lo son sin que nadie les haya dado galones... vamos que ejercen como si nada y putean a la peña... ya te digo, esos son los peores.

Anónimo dijo...

Lo peor es que con ese estilo tan anticuado de "mando", solo consiguen sacar lo peor de cada uno y que trabajes menos y peor. Al final se te queda cara de tonto y acabas convirtiéndote en funcionario.
Pero pierden lo más valioso: el respeto colectivo.

Anónimo dijo...

Picuqui, estoy de acuerdo contigo...

Anónimo dijo...

¿¿¿eso del café va por alguien???