miércoles, 14 de mayo de 2008

El Conejo de Alicia

Una de las ventajas de ejercer asiduamente como canguro es la de recordar, a través del dvd, algunos de los cuentos e historietas que un día formaron parte de mi niñez. Entre las películas que me vengo tragando en las últimas fechas, destaca sobremanera el clásico de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas, en su versión Disney.

No voy a contarle de qué iba, supongo que más o menos lo recordará, pero sí quisiera hacer una reflexión sobre algunos de los personajes que me parecen especialmente enigmáticos y que ahora, cada vez que me plantan el vídeo, escudriño de manera analítica tratando de divertirme.

Alicia, la protagonista, es la joven rubia que tras beber un líquido elemento crece y crece, sintiéndose poderosa, a la par que sorprendida, por haber alcanzado semejante tamaño. Yo creo que la tía todavía no se cree cómo ha llegado tan alto (que digo yo que lo que se ha bebido o comido ha tenido que ser la leche) y a ejercer tanto poder entre los que le rodean. Sin embargo, su verdadero problema es que desconoce que todo aquello es efímero, que cuando menos se lo espere un nuevo frasco la hará volver nuevamente a su estado de pequeñez y fragilidad, y que acabará luchando, como en el cuento, por no ahogarse en sus propias lágrimas. Pobre.

Recordará también el lector al conejo de Alicia, no al que huele, sino al animalito que impecablemente vestido de caballero siempre llega tarde a todos los sitios, pero nadie sabe nunca dónde está ni hacia dónde cojones se dirige. Imagínese al susodicho con su móvil en la mano y corriendo como loco: -¡llego tarde, tengo una reunión, me espera fulanito, me espera menganito… llego tardeeeeee!

La reina de corazones es otro personaje con el que me río un huevo al imaginar escenas de la vida cotidiana. Cinco son las palabras que repite una y otra vez, -¡que le corten la cabeza!, haciendo un abuso inusitado de la autoridad entre sus súbditos, especialmente entre los naipes vivientes que tienen la obligación de pintar las rosas del reino de color rojo, tal y como gusta a su majestad.

Precisamente son esos inocentes naipes vivientes, cada uno de ellos con un valor convencional, los que acuden perplejos a la cantidad de carajotadas que son capaces de poner en marcha los personajes de este absurdo cuento que paradójicamente, al final, resulta ser un sueño.

Pellízqueme querido lector, porque empieza a convertirse en pesadilla.

lunes, 12 de mayo de 2008

EL INFIERNO ESPAÑOL

Llevo ya algunas fechas queriendo retomar las riendas de este descarriado blog y volver a escribir sobre mis amigos y las cosas que les pasan. Desde que redactara mi último post, allá por finales de febrero, han sucedido cosas que podrían haberme servido para argumentar algunas de estas historietas, pero decidí dejarlo un tiempo para no escribir cosas de las que me pudiera arrepentir.

A los que me leéis y me habéis pedido que siga escribiendo, sólo os digo que amenazo con volver muy pronto. Mientras tanto, hago un receso en este “pseudo retiro” espiritual y os dejo con un post muy divertido que me ha mandado una querida amiga y lectora que también está pasando una mala racha. Ella lo titula El Infierno Español.


Hace muchos años, mis amigos intelectuales, presumiendo de sencillos me contaron el chiste del infierno español que era más o menos así:

Muere un tío, que resultó un poco díscolo en la tierra y va destinado al infierno. Pero en la recepción le dan a elegir entre el infierno español o el alemán. El individuo en ese momento no sabe qué decir, pues desconoce el significado de uno y otro. El funcionario infernal le aclara: “verá usted, es cuestión de costumbres. En el infierno alemán la tortura para los allí condenados es recibir una paletada de mierda a las 9 de la mañana. Pero en el infierno español todavía sigue vigente la antigua costumbre de dos paletas de mierda, a las 9 de la mañana y a las 5 de la tarde, usted dirá”.

El indeciso condenado lo tuvo entonces muy claro, y decidió escoger el infierno alemán, pues lo suponía más llevadero. Y así fue, entró por la puerta del infierno germano, resignado pero satisfecho de haber elegido correctamente.

Cuando le ven entrar los otros penados, empieza automáticamente el cachondeo: “mira, otro más que ha picado, otro pringao como nosotros”. El recién llegado se queda absorto y no comprende el motivo de guasa de sus compañeros, pues creía estar en el infierno menos cruel de los dos. Y entonces el portavoz de los habitantes del infierno alemán le explica: “Aquí, efectivamente viene un tío de plantilla y nos suelta a cada uno una repugnante paletada de mierda, a las 9 en punto de la mañana. Pero es que en el infierno español, a pesar de los horarios que ponen en la puerta de dos paletadas diarias, a las 9 y a las 5, es raro el día que se cumple al menos una de las dos, porque en el infierno español un día no se encuentra la paleta, otro día no hay mierda suficiente, otro día se queda el tío dormido y otro está de baja.”

No sé por qué este chiste tan guarro me recuerda a la gente que hace anuncios o propuestas categóricas a los cuatro vientos para mejorar situaciones manifiestamente irregulares que ellos mismos han creado, buscando sorprender, controlar o calmar insatisfacciones, quejas, carencias o falta de eficacia en las actuaciones de la vida diaria. Está claro que actúan por impulsos, anunciando medidas y acciones tajantes o espectaculares en agendas apretadas.

Con sus declaraciones de reorganización de tareas, la gente que les rodea incluso llega a animarse, se reconforta y se pone las pilas. Pero pronto, ni los presupuestos ni los horarios llegan a cumplirse, y los proyectos nunca se hacen realidad del todo, como las reuniones, porque o no logran juntarse porque falta alguien, no hay sala, se les olvida, o simplemente el tío de la paleta no ha aparecido porque está en otros menesteres, qué cosas tiene el infierno español…