miércoles, 30 de enero de 2008

¡Bajate del pony!


De los términos utilizados para criticar a aquéllos que sufren delirios o aires de grandeza, hay uno que me hace mucha gracia. Proviene de la Argentina y dice algo así como ¡Bajate del pony!

En los últimos tiempos muchos de mis amigos vienen padeciendo los delirios de grandeza de algunos personajes que han irrumpido en sus vidas y cuyos únicos méritos han consistido en tener un padrino que les haya costeado sus respectivos bautizos.

Aunque tenga algunos elementos comunes e inseparables, quiero dejar claro que cuando hablo de delirio de grandeza no me estoy refiriendo a esa enfermedad psicológica, cercana a la paranoia, que consiste en creerse un personaje poderoso e importante y comportarse como tal (serían los internos en psiquiátricos que se creen Napoleón, Elvis o Jesucristo).

Lo hago, más bien, acercándome al término de despotismo. Despotismo como gobierno de una autoridad singular, que compete a una persona o un grupo de personas con una relación estrecha, que gobiernan con poder absoluto (aunque normalmente sin criterio) mientras desprecian a sus subordinados.

No puedo más que sonreírme al imaginarme a estos personajes montados en sus respectivos corceles mientras se pavonean delante de mis amigos. Son como el cowboy de ese anuncio de coches que cabalga sobre un little pony rosa llorando mientras le apuntan los vaqueros de verdad. Son tan ridículos…

Como dirían en La Boca, River o la Avellaneda: ¡Boludos, bajaos ya del pony!

viernes, 25 de enero de 2008

Mi amigo Félix

Esta mañana me he acordado de mi amigo Félix. Estaba hojeando (con H de hoja) el último informe de delincuencia de Andalucía que edita cada año el Instituto de Criminología de Málaga, y me he acordado de mi amigo Félix.

Mi amigo Félix no tiene nada que ver con el amigo Félix de Enrique y Ana, aunque él diría que en su vida le ha tocado lidiar con animalitos de muy diversa índole. Juraría que se trata de la persona más anárquica que conozco, lo hace todo cómo y cuando le sale de los huevos (Félix dixit). Sin embargo, mi amigo es un artista y a los artistas hay que perdonárselo casi todo, más aún cuando responden con resultados espectaculares a cada una de las peticiones que le haces.

Cuando le conocí era un canijo que se fumaba tres paquetes de ducados al día. Junto al ratón de su ordenador, como parte inseparable de la instantánea, siempre encontrabas un cenicero cargadito de chicotes quemados, que impregnaban el ambiente de un penetrante olor a tabaco rancio. No sé por qué, pero el tabaco de mi amigo Félix siempre olía distinto al de los demás.

Eran tiempos en los que convivíamos muchas más horas de las que hoy lo hacemos. Comíamos juntos casi todos los días y nunca faltaba en la sobremesa su té frío (así es como llama a su ballantines doble con hielo) y sus bocetos de nuevos proyectos pintarrajeados en los manteles de papel de Las Niñas.

Con la llegada de la normativa que le impedía fumar en el trabajo, mi amigo Félix cambió el tabaco por el dulce (con especial admiración por las milhojas) y empezó a criar una hermosa curva que, tras alcanzar la mayoría de edad y varias tallas de pantalones, Félix intenta disimular con sus corbatas interminables y esa chaqueta de pana marrón que suele lucir cual rojillo en plena campaña electoral.

Estoy convencido de que hay momentos del día en los que mi amigo se zambulle en un mundo paralelo a éste. -Félix… Félix… Félix, joder, que te estoy hablando!!! Y varios segundos después Félix despierta de su letargo devolviéndote una mirada despistada y risueña. Me imagino que algo tendrá que ver su media sordera en esas aproximaciones al limbo, pero cuando vuelve de ese mundo se pone las pilas y se centra en el tajo con sus cuatro sentidos y medio.

Te decía que esta mañana me he acordado de mi amigo Félix.

He leído que durante el año pasado el número de denuncias por robos de vehículos en Andalucía aumentó casi en un 3 por ciento, y parece ser que mi amigo Félix fue uno de los perjudicados. Me dice que dejó su vehículo aparcado muy cerca de su trabajo y que cuando fue a recogerlo se llevó la desagradable sorpresa de que había desaparecido.

Cuenta mi amigo que en un primer momento pensó que se trataba de una coña de sus compañeros, pero que al ver sus caras de perplejidad, desestimó dicha opción. También cuenta que la cercanía a su puesto de trabajo permitió a las autoridades consultar las cámaras de seguridad y comprobar cómo se había desarrollado el hurto e identificar la autoría del mismo.

Afortunadamente, mi amigo Félix forma parte también de ese dos por ciento de las personas que han logrado recuperar su vehículo robado (en su caso con algunos desperfectos), gracias, en parte, a la identificación del personaje que se lo llevó. Son muchas las personas que cada día, como mi amigo, son objeto de episodios similares en toda Andalucía.

Te recomiendo, amigo internauta, si tienes la oportunidad de hacerlo, que te leas ese magnífico trabajo del Instituto de Criminología para hacerte una idea de cómo se articula la delincuencia en nuestra Andalucía. A ti, querido amigo Félix, lo que te recomiendo es esto miarma.

And the winner is...



Cada año, por estas fechas, coincidiendo con las nominaciones a los Oscar de Hollywood, se dan a conocer los candidatos a los premios Razzie. Estos curiosos galardones (creados por el crítico y escritor de cine John Wilson) que reconocen a las peores películas, cumplirán 28 años el próximo mes de febrero, ejerciendo como el antídoto lógico a los premios por excelencia de la industria cinematográfica.

Realmente el nombre oficial de estos premios es el de Golden Raspberry, que traducido resulta algo así como Frambuesa Dorada. Lo que sucede es que los guiris (tan agudos ellos) utilizan el término popular de razzie, y juegan con el doble sentido de otra posible traducción para la palabra: “pedorreta”.

Los pocos galardonados que se atreven a asistir a la gala de estos anti-Oscars reciben como premio una frambuesa de plástico pintada de dorado. Ganan los peores.

Me estaba preguntando qué pasaría si alguno de los nominados a los pedorretas, caso de Eddie Murphy, Nicolas Cage o Diane Keaton, untaran al jurado de los Oscars para que, a pesar de haber protagonizado las peores películas del año y haber hecho el mayor de los ridículos, les otorgaran el Oscar al mejor actor, la mejor actriz o la mejor película…

¿Por qué me estaré preguntando yo estas cosas?